Me levanto con el propósito de realizar la primera visita a los Cosmo-talleres de poesía y rápidamente llego a una conclusión, antes siquiera de tener los ojos lo suficientemente abiertos como para comprender el mundo más allá de mis sueños: la poesía llega donde no lo hace el hombre, ni sus deseos. O de otra manera, la poesía existe en todos los rincones, sus brazos son más largos de lo que creemos, aparece en los recovecos más inesperados y se instala también en los más necesarios, por ejemplo en los colegios. Los versos se pasean descaradamente por el 'aquí' y el 'ahora', participan del mundo aunque nos empeñamos en convertir en prosa todo lo que nuestra vida tiene de rutina. Segunda conclusión: la poesía llega más allá de donde mis pedaladas me pueden llevar a las 9 de la mañana. Mejor ir en coche.
Accedo al colegio por Educación Infantil. Sobrevivo, no sin miedo, a una tropa de seres de 3 y 4 años. Consigo llegar a Primaria y, a pesar de las advertencias de Alejandra sobre un simulacro de incendios, logro -sin quemarme- llegar a su clase. Con la ayuda de una amable mujer de la limpieza encuentro 6º A. Abrimos tantas puertas que me siento un concursante en un programa de premios millonarios. Tras varios intentos fallidos abro una puerta. Alejandra. No aprendo, siempre lo consigue. Tiene esa preciosa y admirable capacidad de sorprender y maravillar a quien le rodea (aunque sean las 9 de la mañana), incluso a alguien que le conoce sobradamente. Me recibe con un simpático sombrero negro, una bufanda roja y, lo más importante, un nuevo color de pelo...rubio...¿platino? Parece algo resfriada aunque eso no me sorprende. Prometo que algún día encontraré el adjetivo exacto para definirla, de momento me conformo con 'genial'.
Cada día comparto mi tiempo con alumnos de instituto, de modo que siento que acabo de entrar en un terreno inexplorado. Me muestro prudente. No quiero molestar, ni llamar la atención. Es el momento de la poesía. Me coloco al final de la clase para disfrutar de la lección magistral de Alejandra. Al principio los alumnos me analizan con curiosidad -siempre me pasa, qué se le va a hacer-, más adelante la poesía los embauca y apenas advierten mi presencia. Me toca observar a mí. Disfruto.
Rápidamente compruebo que he entrado sin darme cuenta en una dimensión distinta, solamente con cruzar el umbral de la puerta del aula. Los poemas de los alumnos me demuestran que estoy en lo cierto: atraviesa la clase una pelota con forma de sandía y ninguno se sobresalta. En la última fila un alumno le da un enorme bocado y la echa de nuevo a rodar. Me sonríe desde un pupitre con cara de travieso el libro de Mates, 'el de los cates'; me emociona la historia de una rosa y un jazmín, finalmente felices en un ramo, con un perfume que no conocía y difícilmente podré olvidar. La gelatina nos divierte con sus bailes. Nos adentramos en la selva. Versos y animales entran en el aula a modo de pasacalles y terminan por desconcertarme y dejarme con la boca abierta. Quizás siga soñando.
Alejandra y los alumnos realizan unas actividades sobre la rima. Miguel Hernández. Armas-palabras. Hombres-amores. Los alumnos participan con mucho interés. Parece que les encanta y se les da muy bien. Rima asonante. Me pregunto en qué momento la literatura se aleja de ellos (o al revés). No me lo explico. En los primeros cursos parece acompañarles cada día en la mochila, aparece junto al rotulador verde en una caja minuciosamente desordenada, en un paquete de 'chuches' entre osos de gominola y esponjitas, se esconde bajo su almohada... Por suerte, la poesía vuelve a las aulas con fuerza... En mi visita lo puedo comprobar. Me voy con pereza al trabajo pero también con una gran esperanza...
El hombre del paraguas no espera con caramelos en la puerta de los colegios, te sorprende con versos, te invita a coger todos los que quieras a 'puñados' -cualquiera que sea tu edad- se cuela en los coles y sale educadamente, con una gesto de satisfacción. Fabula. Sonríe orgulloso y tranquilo cada vez que Alejandra Vanessa entra a una clase con su sombrero y su bufanda roja.
Accedo al colegio por Educación Infantil. Sobrevivo, no sin miedo, a una tropa de seres de 3 y 4 años. Consigo llegar a Primaria y, a pesar de las advertencias de Alejandra sobre un simulacro de incendios, logro -sin quemarme- llegar a su clase. Con la ayuda de una amable mujer de la limpieza encuentro 6º A. Abrimos tantas puertas que me siento un concursante en un programa de premios millonarios. Tras varios intentos fallidos abro una puerta. Alejandra. No aprendo, siempre lo consigue. Tiene esa preciosa y admirable capacidad de sorprender y maravillar a quien le rodea (aunque sean las 9 de la mañana), incluso a alguien que le conoce sobradamente. Me recibe con un simpático sombrero negro, una bufanda roja y, lo más importante, un nuevo color de pelo...rubio...¿platino? Parece algo resfriada aunque eso no me sorprende. Prometo que algún día encontraré el adjetivo exacto para definirla, de momento me conformo con 'genial'.
Cada día comparto mi tiempo con alumnos de instituto, de modo que siento que acabo de entrar en un terreno inexplorado. Me muestro prudente. No quiero molestar, ni llamar la atención. Es el momento de la poesía. Me coloco al final de la clase para disfrutar de la lección magistral de Alejandra. Al principio los alumnos me analizan con curiosidad -siempre me pasa, qué se le va a hacer-, más adelante la poesía los embauca y apenas advierten mi presencia. Me toca observar a mí. Disfruto.
Rápidamente compruebo que he entrado sin darme cuenta en una dimensión distinta, solamente con cruzar el umbral de la puerta del aula. Los poemas de los alumnos me demuestran que estoy en lo cierto: atraviesa la clase una pelota con forma de sandía y ninguno se sobresalta. En la última fila un alumno le da un enorme bocado y la echa de nuevo a rodar. Me sonríe desde un pupitre con cara de travieso el libro de Mates, 'el de los cates'; me emociona la historia de una rosa y un jazmín, finalmente felices en un ramo, con un perfume que no conocía y difícilmente podré olvidar. La gelatina nos divierte con sus bailes. Nos adentramos en la selva. Versos y animales entran en el aula a modo de pasacalles y terminan por desconcertarme y dejarme con la boca abierta. Quizás siga soñando.
Alejandra y los alumnos realizan unas actividades sobre la rima. Miguel Hernández. Armas-palabras. Hombres-amores. Los alumnos participan con mucho interés. Parece que les encanta y se les da muy bien. Rima asonante. Me pregunto en qué momento la literatura se aleja de ellos (o al revés). No me lo explico. En los primeros cursos parece acompañarles cada día en la mochila, aparece junto al rotulador verde en una caja minuciosamente desordenada, en un paquete de 'chuches' entre osos de gominola y esponjitas, se esconde bajo su almohada... Por suerte, la poesía vuelve a las aulas con fuerza... En mi visita lo puedo comprobar. Me voy con pereza al trabajo pero también con una gran esperanza...
El hombre del paraguas no espera con caramelos en la puerta de los colegios, te sorprende con versos, te invita a coger todos los que quieras a 'puñados' -cualquiera que sea tu edad- se cuela en los coles y sale educadamente, con una gesto de satisfacción. Fabula. Sonríe orgulloso y tranquilo cada vez que Alejandra Vanessa entra a una clase con su sombrero y su bufanda roja.
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