viernes, 8 de abril de 2011

Trovadores modernos con un toque cubano


La Sala Orive era como un círculo de intimidad bajo la luz roja de la voz de Tontxu. Los trovadores modernos asaltaban una vez más la sala para demostrar que a veces la poesía también se canta o que lo que se canta es poesía. Por el camino, queda espacio para las bromas, para hacer alusión a las experiencias personales o para recordar ese echar de menos el mar de un marinero madrileño. Tontxu finalizó su intervención separándose del micrófono. Su voz se volvió más limpia aún. Rasgaron más ese "y olvidar la muerte y la soledad", ese "no recuerdo pasado antes de ti".

Con Boris Larramendi el espectáculo dio un giro. Las luces se volvieron azules. Cuba aterrizó en Córdoba para dejarnos su ritmo y su buen humor. Este artista cubano habló del exilio a través de la alegría, combinando letras comprometidas con algunas más ligeras. En todo momento, invitó al público a implicarse, a participar, a tocar las palmas. Pronto, afloraron los toques surrealistas. En primer lugar, con la alusión a un árbol cubano de flores anaranjadas, el flamboyano, que, en realidad, es originario de Madagascar. A continuación, la irrupción de Tontxu en el escenario para traerle un regalo a Boris desde el camerino. Nada más y nada menos que un bote de Fairi que no era Fairi sino de la marca blanca Bosque Verde y que se quedó allí, en el escenario, ocupando un lugar privilegiado, casi en una especie de altar. El público rió y se animó aún más hasta llegar al punto máximo con la última canción de Boris. Todos coreaban "si everybody lo pasara very well".

Tras este cachito de Cuba en Córdoba, las influencias del sur continuaban, esta vez desde Canarias, con Andrés Molina. El escenario pasó a estar salpicado de luces amarillas. Sin embargo, aunque continuó el tono festivo, celebratorio, quedaba latente el peso, lo simbólico, de esa grieta de la Sala Orive, iluminada, justo enfrente del escenario, que parecía revelársele a Andrés como la señal de ese corazón un poquito rajado del que hizo gala durante su intervención. Vislumbramos castillos de arena y casi llegamos a rozar la utopía. También hubo muchas palmas por parte del público que, incluso, se atrevió a hacer coros en alguna ocasión. Finalmente, terminó el espectáculo con una balada dedicada a todos los enamorados.

Después, aplausos, muchos aplausos. El público se puso de pie y continuó aplaudiendo. Ellos se acercaron al borde del escenario y saludaron todos juntos. Continuaron los aplausos. Ellos recordaron que traían discos, que no estaría mal que les compraran alguno. Y así los dejamos, con más aplausos.

[ANÉCDOTA CURIOSA: Uno no llega a imaginar nunca que el tipo que espera a su lado en Atocha, leyendo la revista Rolling Stone, y que luego se encuentra sentado en el asiento contiguo al suyo -quedándose con la ventanilla, el elemento más apreciado para todos aquellos que viajamos en tren-, ese el tipo que continúa leyendo la revista Rolling Stone ya en el asiento mientras uno duerme y que cuando uno se despierta es él el que cae en el sueño... No, uno no llega a imaginar nunca que ese tipo calladito, enigmático, que no ha cruzado contigo ninguna mirada, que se levanta con toda la calma del mundo cuando el tren aterriza en la estación de Córdoba y coge entonces su guitarra, sea Boris Larramendi. Uno tampoco espera asistir al concierto de su compañero de asiento de tren y salir extasiado. De hecho, me quedé con ganas de contarle todo eso]


Galatea



No hay comentarios: